sábado, 31 de octubre de 2009

World in my Eyes



Todo me daba vueltas. Efectos de mezclar vodka con coca, pensé. ¿Para qué abrir los ojos? muy seguramente mi mujer estaría sentada en el borde de la cama dándome la espalda, con su pijamita de satín vino tinto que hacia juego con las uñas de las manos y de los pies. Esa era su mayor ilusión y preocupación, que todo lo que usara y como se maquillara combinara perfectamente. ¡Mujeres! Aún así, pienso que la única diferencia entre ellas y nosotros es su obsesión por rizarse las pestañas y empolvarse la nariz. Siempre admiré a Clara y nuestra vida juntos pero una vez creció la familia papi ya no podía estar tanto tiempo en casa, había que “trabajar” y pagarles el colegio, posteriormente los tutores, porque al igual que la madre salieron precoces, quiero decir, excesivamente adelantadas para su edad, con una inteligencia apabullante y una feroz necesidad de aprender. Afortunadamente no tuve hijos varones que heredaran mi “precocidad”; eso los habría devastado. Como se puede notar digo “trabajar” entre comillas, porque nunca tuve la necesidad de hacer tal cosa, pero era mi forma de justificar mi doble vida, mi obsesión por las mujeres y el “negocio” familiar.

Sin embargo, y aunque Clara no es de las que grita o echa puyas como las demás mujeres cuyos maridos acostumbran a correrse sus tragos (su educación en el Femenino le sirvió para reprimir el enojo como buena esposa) se haría sentir, aun cuando yo tuviera los ojos cerrados. La conozco bien, quince años de aguantarnos mutuamente lo demuestran. Finalmente y después de mucho vacilar abrí los ojos, fue como abrirlos por primera vez, lo recuerdo como si fuera ayer, y que irónico, porque ese día todo empezó de nuevo para mí. Hacía calor, pero había un par de ventiladores a cada lado de mi cama, blancos y amplios como medusas de mar que me causaron gran sobresalto, pero no pude moverme, mi cuerpo no reaccionaba, yo estaba literalmente paralizado. Las paredes todas blancas, tan blancas que parecían hielo, y el hecho de que había una máquina casi para todo a mí alrededor me hicieron comprender que no estaba en mi casa de 400 millones, pero si en una clínica. Siempre le temí a dos cosas, a que mi mujer se enterara de mis constantes y múltiples amantes y a las sondas, y he aquí que yo tenía dos hermosas sondas, con un radio casi de medio centímetro incrustadas en mis costados; una que me alimentaba y otra que extraía lo más pútrido de las entrañas. Pronto se abrió la puerta, y por ella cruzó una mujer, extrañamente ataviada, cuyos ojos, grandes, colgantes y cenizosos, como los de un perro pequinés me mostraban caminos nuevamente hacía la puerta por la que la mujer pequinés se zambulló de regreso como si hubiera visto a un extraterrestre o como si quisiera pasar a otra dimensión. En realidad, el único que debería haber corrido era yo, pero ahí estaba, débil y con un sentimiento de impotencia tan grande que por fin me hizo sentir las piernas. Cada músculo en ellas comenzó a contraerse, en un dolorosísimo baile que duró varios segundos, hasta que la mujer pequinés volvió, esta vez acompañada por un hombre de voz parsimónica y extraño olor.

Extraño los días de antes ahora que los puedo recordar con más tranquilidad. Antes de salir de la clínica, tuvo que pasar casi un mes de exámenes y charlas con el psicólogo para que pudiera aceptar mi nuevo cuerpo, porque mi espíritu seguía intacto. Qué curioso es pensar, que esa tarde desperté pensando que mi malestar y confusión eran producto del alcohol y las drogas que me había metido la noche anterior, pero al ver mis brazos no había señales que pudieran probar me había chutado horas antes. Con horror noté como mis brazos estaban cubiertos de nieve; bellos blancos, casi plateados. Eso sin hablar de lo flácidos y blancos que se encontraban así como el resto de mi cuerpo, la ley de la gravedad no había tenido piedad conmigo. No fue fácil comprender lo que me había pasado, no cabía en mi mente como aquello que veía en las noticias pudiera ocurrirme a mí, un tipo saludable en medio de todo y con tanto potencial.

Salí de la clínica casi un mes después de mi despertar apoyado por un bastón, mis huesos se habían vuelto débiles, ni rastro del cuarentón metrosexual haciendo spinning años atrás. Mi esposa me esperaba en la puerta con una enfermera que había contratado, seguía tan bella como siempre, algo arrugada, pero me imagino que la ciencia habría avanzado, y ya que las mujeres por lo general son quienes se benefician de ello, no había razón para que se contuviera de realizarse una “pequeña” lipectomía. Pero aunque había pasado mucho tiempo desde el día en que supo que yo era propietario de varios burdeles de la ciudad, y que mis oficinas no eran las de Pizano S.A. pero las de Dolls’ Paradise en la 23 con Caracas, que metía drogas y que subía culicagadas, como ella les llamaba, a nuestra camioneta, pues una parte de su corazón se había congelado, y su mirada para mí era una mezcla de odio y lástima. Salimos de la Clinica Reina Sofía en la 127, que por otra parte ya no se llamaba así, y no quedaba en la 127 sinto en la 164, porque la ciudad se había expandido y por lo tanto las direcciones habían cambiado. Eso me lo contó mi supuesto yerno, quien se habia hecho cargo de mi empresa de cementos y quien se habia hecho a la licitación para la construcción de las vías del Complejo Transmilenio como ahora se le conocía. Al parecer y desde que entre en coma, muchas cosas habian estado cambiando pero para mal. La ciudad se expandió hasta algunos municipios aledaños a lo que había sido Bogotá hasta el 2015, como por ejemplo Cota, Chía, Sopó, Zipaquira, entre otros. De esa manera el gobierno se ahorraria un buen dinero al girar en un solo rubro lo que haría en varios. Por otro lado, los impuestos aumentaron, en tanto el número de habitantes incrementó, incluso se empezó a cobrar un impuesto a los trabajadores no nacidos en la nueva Bogotá y que devengaran entre dos o más salarios mínimos así como a las personas de otras regiones que quisieran ingresar al Distrito. A propósito, la única cosa que parecía no haber cambiado mucho durante estos veinte años era el salario mínimo.

Pero volviendo al cuento de las vías, en lugar de mejorar, éstas habian empeorado. Las calles estaban agrietadas en varios tramos ya que el número y tamaño de los articulados habia aumentado y también porque los materiales tanto de las vías como de las estaciones son aún más precarios que hace 20 años. El proyecto de metro para Bogotá fue tan infructuoso como el de Transmilenio, y no porque la idea fuera mala, sino porque primaron más los intereses de algunos y las famosas “roscas”. Dicen que lo malo de ellas es no estar en ninguna, y aunque mi hija se habia casado con un tipo ávido de contactos, es triste como en lugar de estar frente al negocio familiar ella fuera un mueble más en su apartamento a sus hijos y sonriendo como buena anfitriona en los cócteles del pelmazo que tenía por marido. Mi empresa estaba siendo administrada por un simple administrador de empresas, un delfín que no tenía idea de vías, de ingeniería civíl o de transporte, administrando lo que no le pertencia, mis fondos e infraestructura son de clientelismo y oportunidad, tal como nuestro país y ciudad estaban siendo administradas.

Al llegar a nuestra casa, noté que nos habiamos mudado a lo que se conocía como Chía. Las clases privilegiadas se habian ascentado sobre la periferia, el campo se mantenía fresco, yo diría que aún más lindo, al contrario de la “zona céntrica” o lo que en un inicio fue Bogotá, poluta y enardecida. En la amplía sala, frente a la chimenea me esperaba mi hermano Enrique quien se encargó de la administración de los burdeles luego de que se me hubiera declarado en estado de coma. Según él, la prostitución y el sexo turismo se habian convertido en un negocio imprescindible para la ciudad. Con las zonas de tolerancia, el incremento del desempleo y las faltas de oportunidad educativa muchas personas optaron por dedicarse actividades informales, la delincuencia o la prostitución para ganarse la vida. Después de actualizarme sobre los últimos hechos del país, y la situación de guerra por la que atravesábamos concertamos visitar al día siguiente la zona Ch de la ciudad, como se le conocía a la que habia sido la zona de tolerancia de Bogotá.

Al otro día mi hermano vino por mí. Yo estaba ávido por manejar mi carro, que ahora estaría tan viejo como yo, pero mi esposa ya habia dispuesto de él. Llegamos al centro de la ciudad por la que antes habia sido la Carrera Séptima y que ahora se llamaba la Avenida Pies Descalzos, en honor a aquella artista famosa por sus contorsines y aullidos de loba, quien había fallecido en un terrible accidente de transito luego de haber oficiado el concierto de inauguración de la fase II del metro de Bogotá. Ya se imaginarán cómo y qué le produjo la muerte. Parecía un indígena atraído por un espejo cuando trate de manipular el GPS del carro de mi hermano. El estrés de conducir parecia haber desaparecido, era mejor que traer un conductor a bordo.

¿Cómo imaginarías el centro de Bogotá tras haber sufrido un coma en el 2009 y “dormir” veinte años?

Pues ni lo uno ni lo otro. Después de haber tocado fondo con la epidemia de los desplazados del parque Tercer Milenio en el 2009, muchas cosas cambiaron en lo que ahora se llamaba el Distrito Ch. En primer lugar, se extendía desde la carrera décima y lo que fue el barrio Santa Fé. Al parecer, fueron muchos quienes se echaron la mano al bolsillo, compraron los viejos edificios aledaños a la Caracas y empezaron a construir “palacios del amor” valorizando e incluso embelleciendo esta zona. La delincuencia se redujo casi a cero, en tanto los expendios de drogas quedaron prohibidos en esas zonas, y su consumo quedo limitado al interior de los burdeles. Podriamos comparar este lugar con la Zona Rosa o la Zona T hace 20 años. Sin embargo, mi reacción al respecto no fue de júbilo al estar de narices al “progreso”. Era triste ver cómo la prostitución, que en mis tiempos (¡que chistoso suena! “en mis tiempos”) no era más que un acto en contra de la moral ahora se había convertido en toda una industria a la par de otros países como los Estados Unidos o Austria. ¿Dónde estaban los “gamines”, los “desechables”, como algunos ignorantes solían denominarlos? Ya las trabajadoras del amor no estaban exhibiéndose semidesnudas enseñando sus traseros protuberantes en las calles. ¿Y el Bolívar Bolo Club? ¿Y La Casa De La Greca? ¿Y el “restaurante” La Normanda para amantes furtivos?

Al entrar al Dolls’ Paradise, edificio de cristal de 20 pisos fui recibido por una linda chica, calculo que de unos 36B, muy mona ella, muy caderona, bastante piernona… cuando de repente le dice a Enrique “Vé, éste que viene con vos es el patrón?”, “Aja” agregó mi hermano y a lo que yo respondí: “ningún patrón mamita, ubícate, es cierto que estás en un putiadero, pero incluso aquí es necesario tener etiqueta, y más con el JEFE” y proseguí mi camino.

El lugar era fino, sin duda que lo era; estaba bien decorado, en el primer piso había un mezanine dónde los clientes pagaban el cover pero podían hacer uso de servicios adicionales y beber más si así lo deseaban pagando a través de las pantallas táctiles que se habían ubicado en cada piso. Antes de entrar al ascensor, me detuvo la chica Richi (por aquello de las piernas), me tomó por el abrazo (y por sorpresa, ya que sentí una extraña tensión, una dureza en la mitad del cuerpo) y me dijo con acento dulzón, en un caleño muy fingido: “Mirá don Pedro, disculpáme pues, disculpáme. ¿Yo soy la hija de Rita, te acordás de ella? Vos dizque le llamabas “la de las nalgas”?” Extraño sobre nombre pensé. “No acostumbro a poner sobrenombres a la gente” respondí sereno pero con displicencia. Y sin embargo, ese sobrenombre, hizo conexión con múltiples recuerdos en mi cerebro, vi toda mi vida pasar frente a mis ojos mientras miraba las piernas de la muchacha. “!Claro, Rita!, ¡Cómo no!”. “!Pues yo soy la hija de ella!”, ¿“Tu eres hija d’ella? “Si señor yo soy, mucho gusto, Sonia Milena para servirle en TODO los que se le ofrezca”. El ascensor se cerró sin que yo pudiera responder a la oferta.

Sonia Milena había sido producto de un descuido de Rita, recuerdo. Al parecer un cliente le había pagado más por tener relaciones sexuales con él sin usar protección. Eso estaba prohibido, yo procuraba que el administrador les pagara bien a las muchachas y las mantuviera lejos de infecciones y enfermedades, pero la condenada era muy haragana y astuta, sabía sacar provecho de lo generosa que había sido la naturaleza con ella, pero esa noche, su astucia le jugó sucio. Sonia había crecido viendo a su mamá trabajar como prostituta, en ese entonces, y aunque bien pago, el negocio era más precario, incluso había clientes que disfrutaban golpeándola, pagándole más si se dejaba maltratar. Pero esa historia no le interesa a nadie aquí. Llegamos al último piso, reservado para clientes exclusivos, importantes, pudientes, con dinero, y por supuesto para los propietarios. El Hooters de las Vegas no tenía nada que ver con Dolls’ Paradise. En realidad el piso 20 era un espacio de casi tres pisos; en la base había una piscina de donde emergía una caja de cristal con 5 bailarinas, show en vivo. También había dos altillos, desde donde se podía apreciar el show, cada uno equipado con casino, mesas de juegos, naipes, ruleta, apuestas, bar-restaurante, así como suites para shows privados con las chicas.

Haber “dormido” tanto tiempo no había adormilado mi gusto por las mujeres, y sus piernas y sus grandes y crecidos pechos, pero cuantos más días pasaban más me sentía como un viejo, era inevitable. 68 años tenía entonces, y estaba en mi día 71 después de haber despertado en presencia de la mujer pequinés. Mis ojos vidriosos contemplaban a una joven chica de 18, que sentada en mis piernas acariciaba mi entrepierna mientras sonaba World in my eyes.

- ¿Cómo encuentras el negocio Peter? Preguntó el que desde hacía diez años se había convertido en accionista del lugar, Manuel Moreno.

- ¿Qué hace este pedazo de mierda aquí? Pregunté con gran sobresalto, y me sentí cerca de un paro cardiaco.

- Cálmese Pedro. Replicó mi hermano en tono sereno, como cuando un cura acostumbrado a abusar a un niño en particular y le oficia su destino final antes de practicarle sexo oral.

- ¿Cómo que cálmese? ¿Qué le pasa? Este güevón, este pedazo de mierda no hizo un culo durante su gestión de “alcalde” antes de que yo… bueno en fin, la ciudad era una puta mierda, ¡y ahora está metido en mi burdel! ¿Y usted me pide que me calme?

- Si, cálmese. Muchas de las ideas que usted ve plasmadas en este lugar han sido ideas aportadas por el Doctor Moreno, debería estar avergonzado Pedro.

- Si claro, ahora me doy cuenta porque nunca hizo un… ¡un CULO cuando estaba de alcalde! Estaba reservando todo su potencial para administrar un chuzo como este. ¡Bravo doctor Moreno! Yo si sabía que tantas canas no podían ser producto del paso del tiempo, y además usted tan joven, ¿debió tomarle mucho trabajo copiarse del Hooters de las Vegas, cierto?

El hombre estaba pasmado, quizá pensó encontrar en mí a un pedazo de mierda como él. Y aunque metelón, tomador y mujeriego, jamás un dandi como él. Sé que hasta ahora me he mostrado como un yupi, quizá tan mezquino como éste y muchos otros, y no me importa, ese soy yo, pero ¿por qué este pedazo de basura tenía que estar metido en mi negocio? No le bastaba haber sumido a Bogotá en un caldo de cultivo, donde cada bacteria era un número obligado a pagar un impuesto por ser nacido fuera del Distrito, por ganar más de dos mínimos, o por ser puta, porque ahora venía a enterarme que hasta las prostitutas debían pagar un impuesto… ¡Que ingenioso!

- ¿Usted cree que esto es gratis, señor Alfaro? ¿Usted cree que yo no tengo mis propios burdeles? Pues ni es gratis, y si tengo mis propios burdeles, plus, sin mí ustedes no podrían evadir tantos impuestos como lo hacen.

- Me imagino que usted nos hace el favor de maquillarlos a cambio de la mitad, ¿cierto? Pregunté con ironía.

- Se imagina muy bien, después de todo el coma no le afecto la capacidad de razonar, como pensé cuando se regó en contra mía.

Juntos y como una gran familia disfrutamos del show oficiado por Rita y su hija Sonia Milena. Rita tenía un cuerpo espectacular, incluso superando al de su joven hija. no cabía duda que la industria del sexo turismo había alcanzado targets internacionales, tanto así que le habían posibilitado a Rita, y a muchas otras “chicas” la oportunidad de armar y rearmar sus cuerpos, una especie de “chicas arma-todo”. ¿Recuerdan el arma-todo? ¿Quién no tuvo un arma-todo en la casa?, bueno, algo así. “Manu” y Enrique se encargaron de ponerme al tanto de lo sucedido en la ciudad en términos de movilidad (que ya mencioné antes y tuve la oportunidad de “padecer”) y sobre la economía del país, la cual no estaba muy bien. Había mucha más hambre en la periferia y el campo del país. Ya no había protección social (¿acaso lo hubo alguna vez?). Todo era caos fuera de la ciudad; no muchos podían pagar el impuesto para ingresar a la ciudad, así que muchos permanecían en los pueblos, pero no solos, acompañados de su pobreza, claro. Y en la ciudad, estaban los muy ricos, las prostitutas, los proxenetas, los dealers, y luego los obreros, operarios, asalariados. Aquella Angosta de Faciolince era una gaceta de periodico El Espacio en comparación con lo vivido.

¿Comó será esta puta ciudad en veinte años? Y que tal si me da por dormirme otra vez luego de estar con una quinceañerilla y despierto hecho un travesti con tetas y protuberancia entre las piernas? ¿Y que tal si despierto flotando en el espacio en atomos volando? ¿Y que tal si me pego un tiro y aligero la carga de los pocos árboles que quedan? ¿Y que tal si me vuelvo un kamikaze que da la vida por su fé? ¿Y que tal si muero y no hay nada más del otro lado?


2009-Jamie Mora V © TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

Foto: Afred Hitchcock (De todos, él)