sábado, 1 de enero de 2011

RESOLUCIONES DEL 2010


-¡Que basura, todo es basura¡- pensaba mientras veía la pantalla del computador leyendo los comentarios de sus contactos en facebook. Había comentaríos alentadores, canciones de antaño conjurando un año lleno de resoluciones donde fijo si se pagan todas las culebras, se hace el curso de inglés que no se pudo durante este, donde fijo se deja de fumar o beber, donde fijo si se le cuenta a la esposa que hay otra fulana y hay divorcio o donde por el contrario se deja a la moza o a la amante, depende el caso. Todos deseandose lo mejor, amándose, enviándose buenos deseos cuando durante el año se echaban madrazos o se deseaban lo peor, donde se sentía envidia al ver fotos de gente que viajó hasta la conchinchina, y donde a duras penas uno viajó a Sopó.


Bueno, pero ese había sido el año, el año del caballo, el 2010. Un año lleno de desatinos para Rodolfo. Tenía 44 años y seguía viviendo con su mamá, no había podido dejarla por pura y física lástima; lástima que poco a poco se convertia en fastidio, incluso en odio. Odio porque tenía que cuidarla ya que sus demás hermanos se le adelantaron, ellos sí tuvieron los cojones necesarios para irse de la casa y a él le quedó el chicharrón de cuidar a la viejita. Una viejita que por otro lado había nacido así: viejita, chocha, amargada, una madre controladora, egoísta y además celosa. Ninguna de las novias de Rodolfo le parecían a la señora, cpara ella todas tenían apariencia de mujeres de dominio público y una madre no desea eso, es más ¿qué madre quiere que sus hijos se le vayan? Menos una madre que ahuyento al marido de la misma manera que a los demás hijos, una mujer frígidia, lánguida y puritana, ¿Cómo es que una mujer con esas características se casa? ¿Para qué? ¿Por qué no se recluyó en un convento? O mejor, ¿Por que no se volvió Kamikaze? Bueno, eso pensaba Rodolfo. Si su madre hubiera elegido una de las anteriores él no habría nacído, y por tanto no la cuidaría y no tendría una existencia de mierda frente a la pantalla del computador siguiendo las vidas de otros.


Al final del año, todos tenían cosas que celebrar, amantes con quienes reunirse y pasarla bien, pero a este personaje ni se le antojaba tomarse un trago. Esta, la última noche del año se le antojaba la más fastidiosa del mismo, si pudiera echarse a dormir, a puerta cerrada en su habitación, quizá pegarse un tiro, o pegarselo a su mamá, pero además de sádico era cobarde. Sin embargo, lo confortaba que al día siguiente, todo volvería a la normalidad, todo el mundo volvería a su estado anterior, todo sería como siempre y las resoluciones de fin de año estarían descansando en el retrete junto al vómito y la mierda. Habria gente quebrada, osea sin un puto peso, con guayabo, sin trabajo, cascada, en la inmunda, con adicciones, con egoísmo, envidia, odios, contiendas, deseos reprimidos... El fin del año es tan sólo una noche donde se pretende que todo va a estar bien, una excusa para pensar que todo lo que está mal se puede reparar, cuando ya para el ser humano no existe evolución, no existe capacidad de enmendar los errores del pasado, no hay futuro, sólo hay destrucción asi como para la mierda hay inodoro y para la basura hay tiraderos.

martes, 30 de marzo de 2010

Epifanía


¿A dónde se fueron todos nuestros planes? El boliche que nunca visitamos, la cerveza que nunca nos tomamos. ¿Dónde está la colección de carritos que nunca completaste, los pasteles que jamás utilizaste y que seguro rompiste luego de nuestra separación? ¿Dónde están las lágrimas que derramamos? ¿Y el pañuelo donde las recogiste? ¿Y el viaje que teníamos pendiente? ¿Y nuestros sentimientos? Los míos, los tuyos… como un bebé que no pudo nacer.

Tú estás aquí a mi lado, pero no puedo verte, pero si me concentro mucho logro sentir tu perfume. Estás en los colores del atardecer, y en la lluvia que impide salir; estás en los helados y en las piedras del parque. Estás en las hamburguesas y en las camisas de rayas y sin embargo no me es suficiente.

Ahora mismo quisiera tener botitas de hule, rojas y azules, y salir y chapotear los charcos, y espantar ranas, y perseguir grillos, y soplar dientes de león, y pedir deseos y pretender que todo está bien, y desear ser grande y tener 23 años, para que cuando los cumpla desee tener 6 otra vez.


Todos los Derechos Reservados

Foto por: Patricia Prestigia.

sábado, 31 de octubre de 2009

World in my Eyes



Todo me daba vueltas. Efectos de mezclar vodka con coca, pensé. ¿Para qué abrir los ojos? muy seguramente mi mujer estaría sentada en el borde de la cama dándome la espalda, con su pijamita de satín vino tinto que hacia juego con las uñas de las manos y de los pies. Esa era su mayor ilusión y preocupación, que todo lo que usara y como se maquillara combinara perfectamente. ¡Mujeres! Aún así, pienso que la única diferencia entre ellas y nosotros es su obsesión por rizarse las pestañas y empolvarse la nariz. Siempre admiré a Clara y nuestra vida juntos pero una vez creció la familia papi ya no podía estar tanto tiempo en casa, había que “trabajar” y pagarles el colegio, posteriormente los tutores, porque al igual que la madre salieron precoces, quiero decir, excesivamente adelantadas para su edad, con una inteligencia apabullante y una feroz necesidad de aprender. Afortunadamente no tuve hijos varones que heredaran mi “precocidad”; eso los habría devastado. Como se puede notar digo “trabajar” entre comillas, porque nunca tuve la necesidad de hacer tal cosa, pero era mi forma de justificar mi doble vida, mi obsesión por las mujeres y el “negocio” familiar.

Sin embargo, y aunque Clara no es de las que grita o echa puyas como las demás mujeres cuyos maridos acostumbran a correrse sus tragos (su educación en el Femenino le sirvió para reprimir el enojo como buena esposa) se haría sentir, aun cuando yo tuviera los ojos cerrados. La conozco bien, quince años de aguantarnos mutuamente lo demuestran. Finalmente y después de mucho vacilar abrí los ojos, fue como abrirlos por primera vez, lo recuerdo como si fuera ayer, y que irónico, porque ese día todo empezó de nuevo para mí. Hacía calor, pero había un par de ventiladores a cada lado de mi cama, blancos y amplios como medusas de mar que me causaron gran sobresalto, pero no pude moverme, mi cuerpo no reaccionaba, yo estaba literalmente paralizado. Las paredes todas blancas, tan blancas que parecían hielo, y el hecho de que había una máquina casi para todo a mí alrededor me hicieron comprender que no estaba en mi casa de 400 millones, pero si en una clínica. Siempre le temí a dos cosas, a que mi mujer se enterara de mis constantes y múltiples amantes y a las sondas, y he aquí que yo tenía dos hermosas sondas, con un radio casi de medio centímetro incrustadas en mis costados; una que me alimentaba y otra que extraía lo más pútrido de las entrañas. Pronto se abrió la puerta, y por ella cruzó una mujer, extrañamente ataviada, cuyos ojos, grandes, colgantes y cenizosos, como los de un perro pequinés me mostraban caminos nuevamente hacía la puerta por la que la mujer pequinés se zambulló de regreso como si hubiera visto a un extraterrestre o como si quisiera pasar a otra dimensión. En realidad, el único que debería haber corrido era yo, pero ahí estaba, débil y con un sentimiento de impotencia tan grande que por fin me hizo sentir las piernas. Cada músculo en ellas comenzó a contraerse, en un dolorosísimo baile que duró varios segundos, hasta que la mujer pequinés volvió, esta vez acompañada por un hombre de voz parsimónica y extraño olor.

Extraño los días de antes ahora que los puedo recordar con más tranquilidad. Antes de salir de la clínica, tuvo que pasar casi un mes de exámenes y charlas con el psicólogo para que pudiera aceptar mi nuevo cuerpo, porque mi espíritu seguía intacto. Qué curioso es pensar, que esa tarde desperté pensando que mi malestar y confusión eran producto del alcohol y las drogas que me había metido la noche anterior, pero al ver mis brazos no había señales que pudieran probar me había chutado horas antes. Con horror noté como mis brazos estaban cubiertos de nieve; bellos blancos, casi plateados. Eso sin hablar de lo flácidos y blancos que se encontraban así como el resto de mi cuerpo, la ley de la gravedad no había tenido piedad conmigo. No fue fácil comprender lo que me había pasado, no cabía en mi mente como aquello que veía en las noticias pudiera ocurrirme a mí, un tipo saludable en medio de todo y con tanto potencial.

Salí de la clínica casi un mes después de mi despertar apoyado por un bastón, mis huesos se habían vuelto débiles, ni rastro del cuarentón metrosexual haciendo spinning años atrás. Mi esposa me esperaba en la puerta con una enfermera que había contratado, seguía tan bella como siempre, algo arrugada, pero me imagino que la ciencia habría avanzado, y ya que las mujeres por lo general son quienes se benefician de ello, no había razón para que se contuviera de realizarse una “pequeña” lipectomía. Pero aunque había pasado mucho tiempo desde el día en que supo que yo era propietario de varios burdeles de la ciudad, y que mis oficinas no eran las de Pizano S.A. pero las de Dolls’ Paradise en la 23 con Caracas, que metía drogas y que subía culicagadas, como ella les llamaba, a nuestra camioneta, pues una parte de su corazón se había congelado, y su mirada para mí era una mezcla de odio y lástima. Salimos de la Clinica Reina Sofía en la 127, que por otra parte ya no se llamaba así, y no quedaba en la 127 sinto en la 164, porque la ciudad se había expandido y por lo tanto las direcciones habían cambiado. Eso me lo contó mi supuesto yerno, quien se habia hecho cargo de mi empresa de cementos y quien se habia hecho a la licitación para la construcción de las vías del Complejo Transmilenio como ahora se le conocía. Al parecer y desde que entre en coma, muchas cosas habian estado cambiando pero para mal. La ciudad se expandió hasta algunos municipios aledaños a lo que había sido Bogotá hasta el 2015, como por ejemplo Cota, Chía, Sopó, Zipaquira, entre otros. De esa manera el gobierno se ahorraria un buen dinero al girar en un solo rubro lo que haría en varios. Por otro lado, los impuestos aumentaron, en tanto el número de habitantes incrementó, incluso se empezó a cobrar un impuesto a los trabajadores no nacidos en la nueva Bogotá y que devengaran entre dos o más salarios mínimos así como a las personas de otras regiones que quisieran ingresar al Distrito. A propósito, la única cosa que parecía no haber cambiado mucho durante estos veinte años era el salario mínimo.

Pero volviendo al cuento de las vías, en lugar de mejorar, éstas habian empeorado. Las calles estaban agrietadas en varios tramos ya que el número y tamaño de los articulados habia aumentado y también porque los materiales tanto de las vías como de las estaciones son aún más precarios que hace 20 años. El proyecto de metro para Bogotá fue tan infructuoso como el de Transmilenio, y no porque la idea fuera mala, sino porque primaron más los intereses de algunos y las famosas “roscas”. Dicen que lo malo de ellas es no estar en ninguna, y aunque mi hija se habia casado con un tipo ávido de contactos, es triste como en lugar de estar frente al negocio familiar ella fuera un mueble más en su apartamento a sus hijos y sonriendo como buena anfitriona en los cócteles del pelmazo que tenía por marido. Mi empresa estaba siendo administrada por un simple administrador de empresas, un delfín que no tenía idea de vías, de ingeniería civíl o de transporte, administrando lo que no le pertencia, mis fondos e infraestructura son de clientelismo y oportunidad, tal como nuestro país y ciudad estaban siendo administradas.

Al llegar a nuestra casa, noté que nos habiamos mudado a lo que se conocía como Chía. Las clases privilegiadas se habian ascentado sobre la periferia, el campo se mantenía fresco, yo diría que aún más lindo, al contrario de la “zona céntrica” o lo que en un inicio fue Bogotá, poluta y enardecida. En la amplía sala, frente a la chimenea me esperaba mi hermano Enrique quien se encargó de la administración de los burdeles luego de que se me hubiera declarado en estado de coma. Según él, la prostitución y el sexo turismo se habian convertido en un negocio imprescindible para la ciudad. Con las zonas de tolerancia, el incremento del desempleo y las faltas de oportunidad educativa muchas personas optaron por dedicarse actividades informales, la delincuencia o la prostitución para ganarse la vida. Después de actualizarme sobre los últimos hechos del país, y la situación de guerra por la que atravesábamos concertamos visitar al día siguiente la zona Ch de la ciudad, como se le conocía a la que habia sido la zona de tolerancia de Bogotá.

Al otro día mi hermano vino por mí. Yo estaba ávido por manejar mi carro, que ahora estaría tan viejo como yo, pero mi esposa ya habia dispuesto de él. Llegamos al centro de la ciudad por la que antes habia sido la Carrera Séptima y que ahora se llamaba la Avenida Pies Descalzos, en honor a aquella artista famosa por sus contorsines y aullidos de loba, quien había fallecido en un terrible accidente de transito luego de haber oficiado el concierto de inauguración de la fase II del metro de Bogotá. Ya se imaginarán cómo y qué le produjo la muerte. Parecía un indígena atraído por un espejo cuando trate de manipular el GPS del carro de mi hermano. El estrés de conducir parecia haber desaparecido, era mejor que traer un conductor a bordo.

¿Cómo imaginarías el centro de Bogotá tras haber sufrido un coma en el 2009 y “dormir” veinte años?

Pues ni lo uno ni lo otro. Después de haber tocado fondo con la epidemia de los desplazados del parque Tercer Milenio en el 2009, muchas cosas cambiaron en lo que ahora se llamaba el Distrito Ch. En primer lugar, se extendía desde la carrera décima y lo que fue el barrio Santa Fé. Al parecer, fueron muchos quienes se echaron la mano al bolsillo, compraron los viejos edificios aledaños a la Caracas y empezaron a construir “palacios del amor” valorizando e incluso embelleciendo esta zona. La delincuencia se redujo casi a cero, en tanto los expendios de drogas quedaron prohibidos en esas zonas, y su consumo quedo limitado al interior de los burdeles. Podriamos comparar este lugar con la Zona Rosa o la Zona T hace 20 años. Sin embargo, mi reacción al respecto no fue de júbilo al estar de narices al “progreso”. Era triste ver cómo la prostitución, que en mis tiempos (¡que chistoso suena! “en mis tiempos”) no era más que un acto en contra de la moral ahora se había convertido en toda una industria a la par de otros países como los Estados Unidos o Austria. ¿Dónde estaban los “gamines”, los “desechables”, como algunos ignorantes solían denominarlos? Ya las trabajadoras del amor no estaban exhibiéndose semidesnudas enseñando sus traseros protuberantes en las calles. ¿Y el Bolívar Bolo Club? ¿Y La Casa De La Greca? ¿Y el “restaurante” La Normanda para amantes furtivos?

Al entrar al Dolls’ Paradise, edificio de cristal de 20 pisos fui recibido por una linda chica, calculo que de unos 36B, muy mona ella, muy caderona, bastante piernona… cuando de repente le dice a Enrique “Vé, éste que viene con vos es el patrón?”, “Aja” agregó mi hermano y a lo que yo respondí: “ningún patrón mamita, ubícate, es cierto que estás en un putiadero, pero incluso aquí es necesario tener etiqueta, y más con el JEFE” y proseguí mi camino.

El lugar era fino, sin duda que lo era; estaba bien decorado, en el primer piso había un mezanine dónde los clientes pagaban el cover pero podían hacer uso de servicios adicionales y beber más si así lo deseaban pagando a través de las pantallas táctiles que se habían ubicado en cada piso. Antes de entrar al ascensor, me detuvo la chica Richi (por aquello de las piernas), me tomó por el abrazo (y por sorpresa, ya que sentí una extraña tensión, una dureza en la mitad del cuerpo) y me dijo con acento dulzón, en un caleño muy fingido: “Mirá don Pedro, disculpáme pues, disculpáme. ¿Yo soy la hija de Rita, te acordás de ella? Vos dizque le llamabas “la de las nalgas”?” Extraño sobre nombre pensé. “No acostumbro a poner sobrenombres a la gente” respondí sereno pero con displicencia. Y sin embargo, ese sobrenombre, hizo conexión con múltiples recuerdos en mi cerebro, vi toda mi vida pasar frente a mis ojos mientras miraba las piernas de la muchacha. “!Claro, Rita!, ¡Cómo no!”. “!Pues yo soy la hija de ella!”, ¿“Tu eres hija d’ella? “Si señor yo soy, mucho gusto, Sonia Milena para servirle en TODO los que se le ofrezca”. El ascensor se cerró sin que yo pudiera responder a la oferta.

Sonia Milena había sido producto de un descuido de Rita, recuerdo. Al parecer un cliente le había pagado más por tener relaciones sexuales con él sin usar protección. Eso estaba prohibido, yo procuraba que el administrador les pagara bien a las muchachas y las mantuviera lejos de infecciones y enfermedades, pero la condenada era muy haragana y astuta, sabía sacar provecho de lo generosa que había sido la naturaleza con ella, pero esa noche, su astucia le jugó sucio. Sonia había crecido viendo a su mamá trabajar como prostituta, en ese entonces, y aunque bien pago, el negocio era más precario, incluso había clientes que disfrutaban golpeándola, pagándole más si se dejaba maltratar. Pero esa historia no le interesa a nadie aquí. Llegamos al último piso, reservado para clientes exclusivos, importantes, pudientes, con dinero, y por supuesto para los propietarios. El Hooters de las Vegas no tenía nada que ver con Dolls’ Paradise. En realidad el piso 20 era un espacio de casi tres pisos; en la base había una piscina de donde emergía una caja de cristal con 5 bailarinas, show en vivo. También había dos altillos, desde donde se podía apreciar el show, cada uno equipado con casino, mesas de juegos, naipes, ruleta, apuestas, bar-restaurante, así como suites para shows privados con las chicas.

Haber “dormido” tanto tiempo no había adormilado mi gusto por las mujeres, y sus piernas y sus grandes y crecidos pechos, pero cuantos más días pasaban más me sentía como un viejo, era inevitable. 68 años tenía entonces, y estaba en mi día 71 después de haber despertado en presencia de la mujer pequinés. Mis ojos vidriosos contemplaban a una joven chica de 18, que sentada en mis piernas acariciaba mi entrepierna mientras sonaba World in my eyes.

- ¿Cómo encuentras el negocio Peter? Preguntó el que desde hacía diez años se había convertido en accionista del lugar, Manuel Moreno.

- ¿Qué hace este pedazo de mierda aquí? Pregunté con gran sobresalto, y me sentí cerca de un paro cardiaco.

- Cálmese Pedro. Replicó mi hermano en tono sereno, como cuando un cura acostumbrado a abusar a un niño en particular y le oficia su destino final antes de practicarle sexo oral.

- ¿Cómo que cálmese? ¿Qué le pasa? Este güevón, este pedazo de mierda no hizo un culo durante su gestión de “alcalde” antes de que yo… bueno en fin, la ciudad era una puta mierda, ¡y ahora está metido en mi burdel! ¿Y usted me pide que me calme?

- Si, cálmese. Muchas de las ideas que usted ve plasmadas en este lugar han sido ideas aportadas por el Doctor Moreno, debería estar avergonzado Pedro.

- Si claro, ahora me doy cuenta porque nunca hizo un… ¡un CULO cuando estaba de alcalde! Estaba reservando todo su potencial para administrar un chuzo como este. ¡Bravo doctor Moreno! Yo si sabía que tantas canas no podían ser producto del paso del tiempo, y además usted tan joven, ¿debió tomarle mucho trabajo copiarse del Hooters de las Vegas, cierto?

El hombre estaba pasmado, quizá pensó encontrar en mí a un pedazo de mierda como él. Y aunque metelón, tomador y mujeriego, jamás un dandi como él. Sé que hasta ahora me he mostrado como un yupi, quizá tan mezquino como éste y muchos otros, y no me importa, ese soy yo, pero ¿por qué este pedazo de basura tenía que estar metido en mi negocio? No le bastaba haber sumido a Bogotá en un caldo de cultivo, donde cada bacteria era un número obligado a pagar un impuesto por ser nacido fuera del Distrito, por ganar más de dos mínimos, o por ser puta, porque ahora venía a enterarme que hasta las prostitutas debían pagar un impuesto… ¡Que ingenioso!

- ¿Usted cree que esto es gratis, señor Alfaro? ¿Usted cree que yo no tengo mis propios burdeles? Pues ni es gratis, y si tengo mis propios burdeles, plus, sin mí ustedes no podrían evadir tantos impuestos como lo hacen.

- Me imagino que usted nos hace el favor de maquillarlos a cambio de la mitad, ¿cierto? Pregunté con ironía.

- Se imagina muy bien, después de todo el coma no le afecto la capacidad de razonar, como pensé cuando se regó en contra mía.

Juntos y como una gran familia disfrutamos del show oficiado por Rita y su hija Sonia Milena. Rita tenía un cuerpo espectacular, incluso superando al de su joven hija. no cabía duda que la industria del sexo turismo había alcanzado targets internacionales, tanto así que le habían posibilitado a Rita, y a muchas otras “chicas” la oportunidad de armar y rearmar sus cuerpos, una especie de “chicas arma-todo”. ¿Recuerdan el arma-todo? ¿Quién no tuvo un arma-todo en la casa?, bueno, algo así. “Manu” y Enrique se encargaron de ponerme al tanto de lo sucedido en la ciudad en términos de movilidad (que ya mencioné antes y tuve la oportunidad de “padecer”) y sobre la economía del país, la cual no estaba muy bien. Había mucha más hambre en la periferia y el campo del país. Ya no había protección social (¿acaso lo hubo alguna vez?). Todo era caos fuera de la ciudad; no muchos podían pagar el impuesto para ingresar a la ciudad, así que muchos permanecían en los pueblos, pero no solos, acompañados de su pobreza, claro. Y en la ciudad, estaban los muy ricos, las prostitutas, los proxenetas, los dealers, y luego los obreros, operarios, asalariados. Aquella Angosta de Faciolince era una gaceta de periodico El Espacio en comparación con lo vivido.

¿Comó será esta puta ciudad en veinte años? Y que tal si me da por dormirme otra vez luego de estar con una quinceañerilla y despierto hecho un travesti con tetas y protuberancia entre las piernas? ¿Y que tal si despierto flotando en el espacio en atomos volando? ¿Y que tal si me pego un tiro y aligero la carga de los pocos árboles que quedan? ¿Y que tal si me vuelvo un kamikaze que da la vida por su fé? ¿Y que tal si muero y no hay nada más del otro lado?


2009-Jamie Mora V © TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

Foto: Afred Hitchcock (De todos, él)

jueves, 27 de agosto de 2009

NOTICIAS DEL MUNDO


Queridos Lectores y Lectoras.

Mi ausencia se debe a.... múltiples razones que no quiero mencionar ahora. Sólo puedo y quiero decirles que se nos viene otra nueva historía así como las correcciones de los textos anteriores, que ustedes, muy amablemente han leído y comentado. Sus comentarios son muy importantes, igualito que como en Frito Lay.

Sólo puedo comentarles que la nueva historia se llama World In My Eyes, y está completamente en español.

Bueno, prepárense, la próxima semana se nos viene otra gran y como siempre peculiar historia.

Jamie Mora

Foto tomada por Jamie Mora con una Fisheye. Todos los derechos reservados © Bogotá - 2009

jueves, 5 de marzo de 2009


SIN TITULO 1991

Eran las once y media de la mañana. Su estómago, ciertamente compungido le recordaba que se acercaba la hora de comer, que se acercaba el medio día, que había perdido la mañana completa pensando y repensando una posible salida a lo que sólo tenia una solución posible. Un fluir de líquidos, de todas las direcciones posibles del cuerpo le recordaban lo imposible, que jamás podría escabullirse de su intestina gastritis, que por otro lado se rebotaba cuando se sentía “estresada”, cuando tenía que tomar decisiones cruciales (cuándo iba de levante, cuándo se preparaba para caerle al chico de turno de la facultad, etc.). Sin embargo, esto y esta vez eran diferentes. Quince minutos habían pasado desde que empezó a ser consciente de su estómago, y el personaje en cuestión no amenazaba en llegar. Los automóviles, quizá como piedrecillas-cálculo renal, todos aglutinados en la vía, apretujados, dolorosamente quietos albergando gente, que al igual que ella impacientaban en la espera: Mierda atascada.

Doce en punto (piensa en una letra… -la C, la C de Concepción. Me están pensando por O… ¡Jueputa, me está pensando! Entonces, ¿por qué mierdas no llega?-). Tiene hambre, y no es por nada, pero además de querer verlo, quiere que le llene la barriga, no precisamente de huesos, a menos que sean de pollo, aunque de tanto comer pollo le van a salir plumas –piensa ella- a quien por otro lado le fascinan las frases “pintorescas”. Ahhhh, seguramente si hubiera sabido que esto iba a ser así jamás se habría metido con el señor O. El hombre era puntual, seguramente le había surgido algo de momento, una reunión de Área, que la planeación, que una capacitación, en fin… en medio de todo, dedicarse a un trabajo como ese no era tan sencillo, requería de un tanto de fanfarronería y tontas reuniones con los colegas.

Mientras observaba a un par de gamines, indigentes, desechables… ¡Ahí estaba! el mismísimo señor O., Mr. Balls, un nickname que acababa de idear mientras acariciaba con sus ojos la protuberancia entre las piernas, la imaginaba ir de un lado al otro, pesada, cargada, sólo pensaba en aliviar ese peso, ella sin duda tenia con qué. O quizá no se ondeaba como Péndulo, era definitivamente un hasta lista para izar banderas, tocar trompetas y condecorar a los desaparecidos en acción. Todo eso sucedió a la velocidad del pensamiento, ese que es el único capaz de llevarnos a donde las piernas bien abiertas tal vez no pueden, dónde el Baloto (cómprelo, gánelo, y disfrútelo) no puede llegar, porque la excentricidad si conoce de fronteras; el pensamiento, ohhh divino ángel de fuego que combinado con el deseo es capaz de coronar a la mujer (o el hombre) imposible por excelencia. El pensamiento, seguro, y sin riesgo de venéreas.

-Hola mamita, ¿llevabas mucho esperando?

-Un poquito amor, lo suficiente para idear el apropiado castigo.

- ¿Castigo princesita? Disculpa, pero es que la Negra mandó circular, y ni modo, yo me escabullí como pude primor.

- Yo sé mi corazón de melón, pero me tienes que retribuir la espera.

- Sabes que hace rato estoy que te retribuyo con TODO…

Hubo un gran silencio después de ese enorme y englobante: TODO. Todo, pero ¿qué era TODO?, ¿a qué se refería con TODO? ¿A las manoseadas en el cine, a las mamadas en la mesa 20 de la Normanda, a las cogidas de culo bajando o subiendo las escaleras, a los besos interminables, a escondidas por entre los lockers del salón imperial de “profesores”?

-¿Que pasó mamacita?, de repente te quedaste mustia.

-¿Mustia? Perdón la ignorancia, ¿Qué es eso?

- Jajaja, ayyy palomita, por eso te quiero, estar rodeado de académicos es tan putamente aburrido…

- ¿Que me está queriendo decir?, que soy bruta, que sólo soy un par de 36B y un culo protuberante?

-Ayyy linda, ¿como dices eso? Cuida la boquita, ¿esa boquita tan linda y con esas expresiones?

-Bueno bebé, ¿y a dónde quieres ir hoy?, mira que tienes que alimentarte bien, para que continúes así, toda linda, toda rosadita como un melocotón

-¿Qué tal si vamos a la Normanda?

ESTA HISTORIA CONTINUARA…. (Por favor comente, vote y diga si quiere que esta historia continúe o no) (Pffff, igual continuará, créame señor o señora lector o lectora)

Imágen arriba: SALVADO DALÍ: Joven virgen autosodomizada por los cuernos de su propia castidad. Taschen Books 2005

viernes, 16 de enero de 2009

VALLADO



 

Vallado es un pequeño pueblo, con pocos habitantes y lleno de animales, será porque son la materia prima de lo que hacemos. Hay vacas, bueyes, becerritos lo más de bonitos, así como los seres humanos cuanto tamos toiticos pequeñitos, mera inocencia, lagañas en los ojos, ojos bien abiertos y cara de sorpresa. Cuando  grandes, las mujeres de pueblo son como las vacas, sirven para dar leche y dar cría, nada más. Los hombres, por nuestra parte, semos como bueyes, güaitando las vacas en los matorrales, esperando el momento de embestir, de cebar y ya está, un cría al momentico. Sin embargo, también existe una gran diferencia entre el ganado  y la gente que vive en Vallado: los animales no matan, nunca he visto a un buey arrancarle las uñas a una vaca a cuero vivo, obviamente, porque las vacas ni los bueyes ni los becerros ni los marranos tienen uñas. Los animales de este pueblo no se comen vivos, como hacemos nosotros, ellos solo hacen su trabajo, lo que la cadena alimentaria exige, nada más, nada menos.

En Vallado también hay grandes y bastas plantaciones de arroz, de caña, de cebada, yuca por montón, a mi gusta la yuca, sobretodo cuando se la doy a mi mujer, pero eso es otro paseo. También hay guayaba, mangos dulces y ojones y una que otra matica de amapola. La marigüana  no me gusta tenerla sembrada, es pura maleza, se traga las maticas de limonaria y manzanilla, pero ni modo, lo que me dan por un bulto de ruda me lo devuelven por ataito de mariacachafa, ahí tá! Vallado es bonito, sobre todo cuando no hay nadie alrededor, la tierra vuelve ha ser como algún día fue. Sentado desde acá veo todo el sembrado, veo las vaquitas juiciosas tragando su pasto, veo al buey, orondo, caminando por entre las vacas; me gustaría tener el mismo instinto de los bueyes, para saber cuando caminarle a una becerrita, como montarla y luego dejarla sin que le duela. Pero no soy un buey, soy un campesino igual que los dotores esos de la ciudad, como ese que se tiró de un edificio, un raspacielos que llaman. Yo lo tengo igual o más grande, pero con las palanconas de este pueblo nada funciona, nada sirve, ellas no se fijan ya en los campesinos, en los hombres recios que les gusta trabajar el llano, a ellas ya sólo les gusta montar en camionetas, chasquiar chicle y vestirse como fufurufas. Esa es la real diferencia entre las vacas y las mujeres de Vallado; que las mujeres de aquí ya no usan chapolas pero cuquifaldas, no usan zapaticos o boticas, ellas usan sandalias doradas (vida catre! Como detesto las sandalias doradas o los zapaticos blancos!) porque hasta las tetas las tienen iguales o más grandes que las de las vacas, pero secas, son un poco de caucho injertado a la brava en unas tetas que alguna vez fueron pequeñas y timbronas.

También veo mi casita, mi ranchito rodeado de palos de mango, y el sembrado de arroz atrás. Veo a los niños correr, como becerritos estrenando las piernas que ya pueden mover. Pero aún se caen, ya aprenderán a no caerse, con tanta frecuencia. Y aprenderán también a montar algunas vaquillas, aunque yo siga prefiriendo a las becerritas.

También veo su linda carita, sus mejillitas rojas pero de rubor, sus trenzas largas y negras, su chapolita de año. Sin embargo me apaña mucho, me duele tanto, me eriza hasta el punto de la excitación ver su hermosa carita y su cuello de reina estrangulado, engarzado en el alambre de púa que divide los pastos, para que las vacas, como ella, no se vayan a tragar la hierba que aún no les toca. 

(Imágen arriba: Reminiscencia arqueológica del "Angelus" de Millet, Dalí, 1935; Taschen Books)


FIN

jueves, 8 de enero de 2009

INICIO HISTORIA I EN LA CIUDAD DE LA FURIA

Recuerdo que ese día, vehementemente prometí, me juré que jamás volvería a este sitio. Cosa que es bastante difícil de evitar en una ciudad como ésta. Sin embargo, A mi me toca visitar el centro, me porque me encantan los libros, y allí se consiguen los mejores y a buen precio. A buen precio para mi, no para los escritores que por otro lado publican como un puro acto de altruismo y amor al arte, porque con lo que ganan supongo no pueden costear ni la leche del desayuno del mes. Como te iba diciendo, juré no volver, pero allí estaba de nuevo; respirando ese aire que para otros no es más que pura polución, gases de buses mal alineados, olor a perfume de puta barata, a sexo mal pagado, a “gamín”, a sahumerio, a chicharrón frito en manteca de mil días, a “peche” sin filtro, incluso a ganja… a mierda, a baños públicos, a edificios altos en cuyas habitaciones relaciones furtivas alcanzan el máximo de placer y amor, si es que aún podemos hablar de amor.  Para mi esos aromas lo eran todo y eran uno. Aclaro, no eran hedores ni mucho menos, eran aromas exquisitos que me acompañaron todo el tiempo, lo único bello que me queda de esa alma retrechera cuyo recuerdo traté de evadir por tanto tiempo, y por quien que juré nunca más volver.  Lo único que  quería, ese día, era subir al lugar más alto de la ciudad, y gritar. Sí. Por ridículo que parezca, sólo exorcizarme de sus demonios para siempre, gritar la mierda que llevaba por dentro, pero mi empresa fracasó: aún los siento reclamar su presencia, su beso, su toque, su lengua mariposeante. 

No recuerdo el nombre del edificio, lo único que sé es que logré ingresar. Odio los ascensores, pero era difícil acceder a la azotea por las escaleras. Sí, reconozco mi sedentarismo despótico, pero también debes reconocer que éste muere cuando voy al centro de mis pesares y placeres. A propósito, tú lo sabes bien, muy bien. Tú que pareces haberme seguido durante estos últimos años, tú que definitivamente, como el más fiel de los amigos me apoyaste en esta decisión, me diste, literalmente, el último “empujoncito” que necesitaba para decidirme. Pues bien, subí, abrí la puerta, y ahí estaba: la ciudad en pleno. Con las cúpulas de las catedrales y sus cruces apuntando como anatemas al cielo, haciéndole señales obscenas, exigiendo al mismo Dios que bajara, y viera y se lo creyera. Cúpulas que esconden couples de figuras copulando. Domos que ocultan soledades, frustraciones; pasiones que arden, que luchan, que claman por salir; “demonios” encarcelados en cuerpos dotados, sin querer, con armas de “autodestrucción”, con salvavidas que sólo hallan sentido en el otro.  Cúpulas que como bóvedas  descomponen cuerpos prematuramente,  adormecen espíritus con el aroma dulzón a sahumerio de romería y peregrinación, propio de los moteles de la 8va con 27, ubicados también en pleno corazón de la ciudad.

También vi las pequeñas casitas aglutinadas unas con otras, como en una orgía de cemento, ladrillos, tablas de madera vieja, tejas de lata y hasta pedazos de plástico extendiéndose sobre el cerro como una colcha de retazos. Casitas mal construidas que nunca nadie mira porque Monserrate es más cosmopolita; está 2.600 metros más cerca de las estrellas. ¿Estrellas? ¿Cuáles? Las de la televisión que van a almorzar al Restaurante Mirador, que ordenan aparatosas tablas con los más “finos” quesos a las hierbas, acompañados de ostentosos vinos chilenos  traídos de los mas selectos viñedos de Nobsa, Boyacá. O serán quizá las estrellas del firmamento, esas que por otro lado no podemos ya ver gracias al smog que unos muchos snobs producen a diario con sus automóviles último modelo, que utilizan para sacar al fila brasilero a hacer sus necesidades parando cada cuadra, o para comprar el pan y la leche en el “delicatesen” de la 53. Yo por mi parte prefiero caminar, y no perderme del aroma a café recién preparado en cualquier esquina de la 7a, a algodón de azúcar y maní sancochado al sol y al agua en San Victorino. El olor de las calles después de una lluvia repentina pero fuerte, ese aroma a nuevo, ese aroma a polvo recién levantado, a concreto que refresca su sed a base de espejismos malditos.  

Respiré. Uno, dos, tres… no se cuántos segundos (que parecieron minutos) se me fueron en ese suspiro; fue profundo, como si el aire respirable de la ciudad, que no es poco, hubiera perforado mis entrañas en un segundo.  Esa bocanada llenó por un momento mis vacíos. Todos mis miedos sucumbieron, se envenenaron de vida, fue tan puro ese instante que temí al hastío.  La ciudad estaba especialmente bella ese día. El día era brillante, el cielo despejado, las nubes plateadas, orgullosas, incluso prepotentes  y  vanidosas mirándome desde arriba, burlándose de mi escases de lagrimas mientras ellas, sin querer llorar albergaban todas las que a mi me faltaban. Exhausto del día, de la noche, del derroche de coquetería, de tantos espejos rotos en los que nunca mi reflejo vi. Desesperado por no encontrar el mío, el que cada uno tiene y que, en un descuido perdí…

Ya perdí la cuenta de cuánto tiempo he permanecido en esta azotea, de cuántos atardeceres he visto, de cuántas estrellas he tenido que contar para tratar de dormir pero por más de que trato no puedo. Ya no puedo dormir, es decir,  no sé si estoy dormido, aletargado, suspendido en una pesadilla macabra, en un caer infinito. Sólo veo fragmentos de ventanales que caen, que caen, y que no dejan de caer.  Pero tengo la esperanza de hacerlo algún día, el día en que, como decía mi madre, purgue los años que “debía” vivir y a los que, en un momento decidí renunciar, gracias a ti, mi amiga, mi única compañera  pelona, llorona, huesuda, la parca. Ahora sé como luces, y muy a mi pesar no eres ni huesuda, ni pelona, ni lloras, ni te dicen parca. Yo te llama amor, tu  llevas el rostro de aquella de quien quise huir para siempre.